Corredor nocturno

por Sandro Cohen


Las dos mujeres en la cama duermen, juntas,
amorosamente iguales, hombro con hombro, de boca a
boca respiran sus propios alientos dormidos,
y vientre sobre vientre, sus cuerpos se relajan y se tensan,
sus brazos se confunden entre cobijas y piernas:
dos que se ven a la luz de sus pieles
dos que sueñan, una con otra,
dos que se esperan, una despierta,
dos que reflejan sus cuatro pechos en dos que son una, la
despierta y desnuda, libre, hambrienta de sí misma,
desplegada sobre el lecho que me recibe,
y deslizo mi peso entre la piel de la dormida y la que se
vuelve de espaldas a la otra que me alcanza con la
boca abierta y los ojos cerrados,
la que finge dormir inhala aprisa,
la que dice que no pero sí pero sí,
y las tomo, las tomo, la dormida y la despierta, y acerco
sus pechos, gemelos y erectos, su leche a presión
contra sí misma, pujando,
y alcanzo con ellos su boca abierta, su lengua, su llama,
dos lenguas sobre cuatro pezones resisten y vencen, se
buscan y se encuentran:
se abre el hueco y los muslos calientes, se encajan en su
vórtice de humedad oscura,
y vuelven a unirse contra mí con sus piernas, me empujan
y me jalan, me hablan en lenguas,
me callan con sus labios hinchados de sangre que me
abren la boca,
son una en mi pecho y me derrumbo con los últimos
girones de la noche que se diluye tranquila,
y el día sube desde los árboles que vuelven a su color, los
coches que se abren entre el amanecer renuente, las
escobas que rasgan las banquetas frías y el agua, los
perros y los niños:

te veo dormida y en voz baja me hablas y ¿cómo te fue?,
no te escuché salir,
¿que no te cansas?


Derechos Reservados. Copyright, Péndulo 1995. México.