Requiem

por Oscar Alejandro Luviano


a Claudia, por el sol.

Sin duda, inevitablemente, he de morir. No quiero imponer la causa en beneficio del asaltante que me espera al doblar cada esquina, los semáforos descompuestos, las alcantarillas abiertas, los virus, los dictadores y los insectos ponzoñosos.
Al final, quiero quedar sentado y con la enigmática expresión de un actor de cine sin trabajo, mirando al mar, hacia dondequiera un destello rabioso en el cielo anuncie al fantasma del mar.

-¿Fantasma del mar? ¡Y eso qué es?
-Está hablando en metáfora, bestia.
-¡Da igual! Hay que ponerlo frente a la ventana y mirará al mar. Cualquier dirección lleva al mar. Nada más es cosa de seguir derechito, derechito.
-¡Cómo quieras...! Pero yo digo que mirando para donde sale el/
-¡Ya, ya, ya! A ver, ustedes lo cargan y yo dirijo.
-Qué fácil te la pones.
-¡Bueno. Las ayudo con los pies!

Quiero que me levanten y, al tocarme, se miren arrepentidas, llenas de terror. Me dejarán caer al sentir una piel fría como la luna y el sopor de manzanas podridas. Quiero que el viejo piso de madera confunda mi cuerpo con un jarrón roto y lo reciba sin piedad, con un estallido hueco y telúrico, un lamento de polillas que recorrerá toda la casa desatando maldiciones de violín en torniquete y los tropiezos de un gato salvaje al subir las escaleras.
La puerta de mi habitación se abrirá de golpe, con un crujido de barco pirata en huracán. Mi abuela entrará en delantal y tubos blandiendo su escoba. Quiero sus ojos como huevos fritos apenas me vea tendido, desmadejado.

-¡Enaguas tarugas, si les estoy diciendo que con cuidado!

Quiero una breve persecución de tres círculos a mi alrededor, tumulto en el umbral y escaleras abajo. quiero que las niñas logren llegar ilesas al portal, que se dispersen por la calle gritando bruja, malagradecida, biliosa.

-¡Vieja circótica!

Quiero que mi abuela responda con un aristocrático portazo. Volveré al piso de arriba suspirando, aliviada de haber puesto fin a este sacrilegio. De su delantal extraerá una lista de teléfonos: forense, pompas fúnebres, lo habitual en estos casos. No habrá terminado de marcar el primero cuando escuche los pasos en el techo y el tañido de una ventana al romperse. Tomará una escoba. Irá a mi cuarto. Quiero que recupere el sigilo para que sorprenda a mis amigos en allanamiento de morada. Los mirará posarse del antepecho al piso como si fueran globos terráqueos pintados de rosa. Quiero que se les acerque sonriendo, toda dulzura, escoba en alto, mientras anudan mi corbata y encienden un cigarro. Quiero que sea sin filtro.
Habrá un intercambio de miradas y silencios, una evaluación optimista de las posibilidades de triunfo, la contienda, escobazos certeros, los primeros caídos, yo de vuelta al piso, el sudor metálico que pone en alerta al instinto de supervivencia, el éxodo suicida por la ventana.
Después del salto y el inventario de las articulaciones rotas, mis amigos se echarán en la banqueta para idear otro plan. No se habrá tomado un respiro cuando mi abuela caiga, con todo y escoba, entre los dolientes.
Quiero que huyan en desbandada, que mi abuela elija al más ebrio y se lo surta hasta romper la escoba o el fin del mundo.

-¡Señora, no sea así! ¡Fue su última voluntad!
-¡Voluntad mis chanclas!

Quiero que los demás aprovechen y vuelvan y suban a mi cuarto, maldiciéndome al trepar por la fachada. Pesaré como el desvelo y las deudas al salir por la ventana.

-¡Aguántame que no lo agarré bien!
-¡Aguas!

Caeré a plomo contra la banqueta. Un papalote herido. Quiero que me sacudan el polvo, que me sostengan de los brazos, ir de sus hombros. Quiero que me obliguen a caminar, que me pongan sombrero, que muevan mis manos y me hagan tortear a una secretaria en hora de almuerzo.

-¡A qué cabrón. Vete a manosear a tu/
-Es que se murió, señorita.

Quiero una foto de la cara que pondrá.
Iremos a un parque. Se habrán encendido las cigarras y las farolas (tres estarán fundidas y cuatro serán espectros amarillos de envidia). Sentadas en el respaldo de una banca, las niñas esperarán con sus estuches de belleza Mi Alegría.

-¡Cómo se tardaron!
-Siéntenlo aquí.
-Mirando para el mar.
-Se está poniendo pálido.
-¡Rubor!
-Tiene las uñas moradas.
-¡Limas y esmalte!
-Está tieso, tieso.
-Ha de ser la edad. ¡Crema para las arrugas!

Durante una noche venceré el carcoma, hecho aprendiz de travestí.
Quiero que mis amigos se instalen en los prados, que huelan el pasto, la savia y el sueño de las hormigas: que canten mal y a todo pulmón, que el hielo se derrita en sus vasos arruinando el ron al tiempo que esperan a quien no los espera. Cuando terminen de acicalarme, las niñas llenaran mis bolsillos de hojas secas.

-Señor: Nos debe tres mil pesos.
-Barato porque nos cayó bien.
-Por platicador.
-¿Eh? ¿Qué dice?
-Que agarremos el dinero de su bolsa.

Quiero que cada hoja valga mil pesos. Quiero que tomen dos de propina.

-Fue un gran trabajo.
-¡Está hecho un cuero!
-La verdad, te mandaste con las pestañas.

Quiero que les den un beso y las manden a llamarte por teléfono, no sin arrancarles la promesa de que se irán a dormir a buena hora. Que caminen abrazadas, emocionadísimas de haber tocado un morido auténtico.

-¡Uy, si fuiste la primera que se espanto!
-Yo insisto en que tenía que mirar para donde sale el sol.

Quiero que las calles les sean menos obscuras, que sientan que todos las admiran con grandes y maravillados ojos, que todo las toca con respeto y amor a la distancia. Que sean cuanto existe.

-¡Oh! ¿Ya vieron quiénes van ahí?
-¡Son ellas! ¡Las maquillistas de cadáveres!
-¡Qué valientes!
-¡Qué bárbaras!
-Son guapérrimas.

Imagino sus blancas tobilleras dibujando orgullosas ondulaciones, un bravo oleaje sin retorno, en la banqueta. Paso redoblado, ¡marchen!, nada nos detendrá. Quiero que vislumbren a lo lejos, recargado en una cabina de teléfono como por descuido, al príncipe que dicta sus desvelos y reina en el frente de sus cuadernos. Quiero que se pierdan en el trazo melancólico de sus labios. Quiero que imaginen auroras frutales, versos cursis y encaje azul.
Parada táctica. Concilio. Secretos. El rubor ira llenando sus mejillas. Pegarán de grititos antes de emprender la ofensiva.

-¿Le pedimos la hora?
-Pues esconde tu reloj, mensa.
-Le decimos que nos marque el número.
-¡No! va a pensar que estamos idiotas.
-Nos le paramos enfrente y le decimos que nos pertenece.
-¡Y que elija a la que quiera!

Quiero que sus rostros pasen de la felicidad al horror sin ahondar en matices, cuando mi abuela y medio palo de escoba les intercepten en su camino a la gloria.

-¿Dónde está mi nieto?

Señalarán como una sola en dirección al parque.

-¡Ay de ustedes si no!

Quiero que los escaparates y las ventanas reflejen a mi abuela como un trueno de metralla, como un relámpago encanecido, y estalle. Quiero que las calles ardan a su paso, que atropelle a un policía, que sea vista de refilón por peatones desvelados y se reviva el mito de la llorona.
Llegará tarde y sin tubos, el cabello revuelto en tempestades, resollando como un mariscal leproso. Quiero que encuentren mi lugar sobre una banca mi mejor fotografía, enmarcada en dorado y con el cristal impecable. Sentirá lluvia. En la foto llevo un mameluco rojo y no paso de los tres años. La sombra de mi abuela se encogerá de hombros dando la espalda.
Mi abuela tomará la foto y volverá sobre sus pasos y las cuadras para colgarla en su sitio, junto a las fotos del abuelo y de mi madre.
Vendrá la leche tibia, la radionovela de la diez, los gatos en la mecedora, las pantunflas, el silencio y la media noche, los lentes para la vista cansada, la estilográfica con baño de oro: la manuscrita en el anuncio de Se Renta Cuarto.
Quiero que tu teléfono suene a horas imposibles. Te levantarás de un salto agradeciendo con caravana de cisne aunque tengas público. El suave arco de tus desnudos hacia la puerta. Abrirás impaciente. La noche soplará en el umbral para acariciarte como un pordiosero, antes de que recuerdes que tu casa no tiene timbre. Te reirás diciendo pendeja y yo echaré de menos esa risa. El teléfono seguirá llamando.

-Ojalá y tengas un buen motivo para llamar a tan puta hora o prepárate a reencarnar en chofer de pesera.
-Con eso no se juega- contestará una niña.

Entonces se oirá un forcejeo, golpes blandos y otras vocecitas.

-¡Yo le digo!
-¡Me toca a mi por ser la más grande!
-¡Suéltalo!
-¡Oye, oye! ¡No me jales el pelo, baboso! ¿Me oyes?
-Te oigo, dime...

Quiero que te den la noticia con el desprecio de una inocente y coro de lero-lero.

-¿Cómo? ¿Se murió? ¿Por mí?

Te dirán de veras te quería, mensa. Te dirán mi nombre como una promesa de caricias heladas y rostros en el espejo. Quiero que cuelguen, convencidas por tu silencio de que no tardarás en cortarte las venas con una Gillette oxidada. Abandonarán la cabina como un patíbulo mirando de aquí a allá, tratando de avistar a su amor perdido. No lo encontrarán. No esa noche.
Se desquitarán contigo.

-Tenía toda la pinta de una lagartona.
-¡Si ni la viste!
-Una sabe, con la voz...

Quiero que pierdan diez minutos en un juramento de sangre: discreción y tierra sobre lo que mañana será el chisme del semestre en el tercero B. Se despedirán prometiendo que no habrá descanso hasta dar de nuevo con él, muchachas, pero que sea en serio. Se harán un poco más amigas como toca a los cómplices en la victoria mientras tu cuelgas y te preguntas de quien demonios estarían hablando. Quiero luna llena y que la luna baje a despedazarse en falsos diamantes sobre la carretera, de modo que de lejos mis amigos y yo aparentemos una araña sobre nieve fosforescente y no una bola de briagos en sepelio. LLegaremos al límite de la ciudad.

-¡Cómo pesa el miserable!
-No somos nada, no somos nada. ¡Se acabó el ron!
-¡Pa¹ acabarla de chingar!

Quiero que el chofer del ADO frene a diez centímetros de mi cuerpo. Quiero que apriete el volante mientras el corazón le rebota en los oídos. Bajará del autobús que ni Moisés del Sinaí.

-¿Qué hace este hijo de su rementadísima ahí tirado?
-No se empute. Es nuestro vale, algo decaído. Se le fueron las copiosas.
-A cualquiera le pasa ¿un tequilita mi buen fitipaldi?
-No sé, jóvenes. Estoy en la labor.
-No se arrugue.

Quiero que el chofer se vea como un alfil polvoriento, que beba con la sed de un peón y proyecte una mandíbula de caballo cuando le pregunten si de casualidad lleva un asiento vacío.

-Va a estar difícil: Me tienen muy prohibido recoger pasaje fuera de la terminal.
-Es que a nuestro cuate le urge llegar. Es actor. Tiene función.
-Localidades agotadas ¡imagine!
-Sí, por eso venimos a pescar el camión aquí.
-¿Otro transparente para aclarar las ideas?

Quiero que les acepte el soborno con la virtuosa rigidez de una torre. Se embolsará las hojas secas adivinando billetes de cincuenta mil en el áspero tacto de las nervaduras.
Quiero abandonar el asfalto lleno de telarañas y guijarro negros, con la línea blanca impresa en mi espalda.
El chofer mirará con desconfianza el maquillaje reluciente y las pestañas postizas.

-Pintadito, ¿delicado el chavo, no?
-Es actor, ya le dijimos.

Avanzaremos por el pasillo del autobús hasta una mujer embarazada que fume como apache en tiempo de paz y con uno de esos bebes que nunca se callan entre los brazos. Quiero que me dejen a su lado y en la ventanilla.
Inclinarán por última vez los vasos.

-Adiós.
-Era uno de los bravos.
-¡Un pinche ojete qué!

Quiero que el autobús se pierda en una romántica neblina. Mis amigos emprenderán el regreso. Quiero que llueva y no lloverá.

-¡No fijé para dónde iba!
-No importa: se supone que no sabríamos.
-En el primero que pase, dijo, y ya.

Mis amigos serán una botella rota en el arcén, vasos desechables abandonados para colectar la lluvia y las colillas generosas entre la hierba para el consuelo de los vagabundos.
El paisaje golpeará mis ojos como libélulas en llamas; una pirotecnia azul, verde, fulminante, inútil. ¿Estaré viendo colores insospechados? ¿Percibiré el rango del arcoiris que pertenece a los videntes y a los gatos? ¿Escucharé el canto de vientos intemporales cuando los berridos del bebé suban tres octavas y su madre decida que es tiempo de cambiar el pañal?

-¿No me ayuda, joven?

Quiero que un bache en el presupuesto de Caminos y Puentes Federales me haga asentir con entusiasmo. Quiero que el bebé calle, intrigado por lo glacial de mis muslos. Quiero que la mujer encuentre en el rigor mortis una suerte de timidez, que me de ánimos y la confianza, y que termine por manipular mis manos echándome el humo en la cara.

-¿Verdá que es bien fácil? Lo único trabajoso es aguantar el olor. Ya sé.

A esa hora tendré el maquillaje corrido, la expresión adusta. Le conmoverá mi estoicismo, le atraerá mi seriedad.

-Es poeta, ¿verdá?, se le ve.

Quiero que me deje al niño en el regazo. Quiero que me compare, que diga si tan sólo hace cinco meses... Quiero ser un padre torpe y el sueño de una mujer antes de resanar la tierra con carbono, nitrógeno y fósforo. Quiero que veinte horas después, al arribar a un destino de sudor tropical, me diga gracias, ya llegamos.

-¿Tienes teléfono? Nos podríamos ver...

Mis ojos señalarán a la nada, mis ojos viniendo de la nada le contestarán. Se tocará el vientre crecido, acariciará a su bebé.

-Tienes razón.

Y bajará del autobús derramando por la zona de carga las lágrimas que el mundo me tenía reservadas.
Quiero que el chofer mire por el retrovisor, ¡uta con este pinche borracho!, y arremeta por el pasillo para despertarme. Regresará al volante envejecido como papel celofán, tembloroso y crujiente al girar la llave de ignición.
El autobús el aliento al azar de ondanadas y lodazales en un camino marginal. Llegaremos a un pueblo de los que se terminan de recorrer en cinco minutos, de los que no aparecen en mapas o itinerarios de campaña.
Quiero que me abandone en un parque, en una banca y a la vista de la gente, mirando hacia el mar y no muy lejos de los columpios y el kiosko de la banda. Recibiré con puntualidad los buenos días, las buenas tardes y los hasta mañana. Los niños me arrojarán piedras. Al ver que no las evado, se acercarán pidiendo cuentos y dinero. Y ya sin palabras, quedaré vacío de hojas secas.
Y, con todo, el tiempo no se detendrá. La banca estará amenazada por la negligencia del jardinero municipal, la espuma de la hierba y el largo de las enredaderas. Iré desapareciendo en un abrazo vegetal, contundente, y seré confundido por un árbol por los pájaros y los frutos.
Quiero perderme en el olvido de los hombres cubierto de nidos y de rosas, olisqueado por los perros.


Derechos Reservados. Copyright, Péndulo 1995. México.