Puro cuento

por David Miklos


I

¡Continúa!
Yo no quería hacerlo, pero no veía otra salida posible. Continué contando.
-Mil quinientos, mil quinientos uno, mil quinientos dos...
¡Era realmente aburrido! Pero contra la terquedad no hay escape alguno... más que un buen golpe en la cabeza. Iba ya por el mil quinientos noventa y nueve cuando le acomodé un botellazo en la frente. Cayó secamente en el suelo y poco a poco se formó un charco de sangre. Recogí los vidrios de la botella, pedí disculpas al dueño del bar y salí a la calle silbando la última canción de moda.
¡Qué difícil era lidiar con individuos de esa calaña! Sin embargo, éste se había visto, podríamos decir, decente. Había otros que abusaban de mi confianza y me pedían les recitase tablas de multiplicar, ¡y ni hablar de los que pedían logaritmos! Ahí si me las veía negras.
Aburrido de caminar por las calles y algo mojado por la incesante lluvia que caía desde ya hacía tres meses, entré en el primer bar que se cruzó con mis ojos.
Traté de esconderme en mi gran gabardina negra para pasar inadvertido, pero fue inútil. Un señor, pestilente y viejo, se acercó a mí y con una voz que emanaba alcohol, me dijo:
-¡Buenas noches! -hizo una reverencia. -¿Por qué no me cuenta del uno al mil, elevando cada número a la quinta potencia?
Intenté hacerme el desentendido volteando hacia la barra; fue entonces que la vi. Su larga cabellera negra caía sobre su espalda, llevaba una apretada blusa, también negra, unos apretados pantalones de mezclilla y unas largas botas marrón. Sus penetrantes ojos grises se encontraron con los míos. Levantó su brazo derecho, después su índice e hizo una seña que interpreté como ³ven acá².
Tragué saliva y aparentando ser dueño de la situación me acerqué a ella, esbozando una sonrisa seductora.
-Siéntate -me dijo. Nunca olvidaré esa voz y los escalofríos que provocó en mí. Era la mujer más bella que jamás había contemplado.
Sin preguntarme si quería algo pidió una cerveza al cantinero. Volteó a verme, sonrió, con una sonrisa que dejaba corta a la mía, y cruzó las piernas. Sobre la barra había una cajetilla de cigarrillos. Sacó dos, los puso en su boca y los encendió. Puso uno en mi boca, completamente abierta, me dio un golpecillo en el mentón para que la cerrara, y me dijo:
-Cuéntame un cuento.

II

³Todo comenzó en una noche gris. El verano se acababa y el otoño comenzaba a pintar la ciudad de amarillo. No fue sino hasta que cayó la primera hoja que ella decidió salir de su escondite. Odiaba a la gente, sobre todo a los turistas, que caminaban como borregos tomándole fotografías a todo cuanto pasaba por sus ojos. Le era imposible caminar por las calles sin sufrir una incontable serie de empujones y disculpas en lenguas extrañas. Y ni hablar de tomar el metro; si de por sí le era casi intolerable soportar a los citadinos, no aguantaba a los turistas que obstruían el paso y viajaban en manadas que veían con ojos asustados los nombres de las estaciones y las correspondencias que tenían que hacer.
A finales de la primavera iba al supermercado y compraba provisiones para los siguientes tres meses. Después iba a la papelería a adquirir varios kilos de papel, unos cuantos litros de tinta y una nueva pluma fuente en vista que la del verano anterior había sucumbido ante el uso.
Se cercioraba de que no cabía ni la más remota posibilidad de que le faltara algo y se iba al pequeño cuarto, escondido en el sótano de uno de los miles de edificios de la ciudad. Cerraba con llave, limpiaba un poco el polvo y se sentaba ante su pequeño secretaire a escribir.
No entraba ni la más mínima partícula de luz al cuarto, no había ventanas, tan sólo la rendija de la ventilación. Tenía una pequeña cocina con una gran alacena, una cama, el secretaire y un intento de baño.
Cada verano era lo mismo, terminaba de escribir la primera hoja, la miraba insatisfecha, la rompía y la tiraba en el cesto de basura. Se levantaba, estiraba su cuerpo y se desnudaba. Tomaba una ducha fría y, sin secarse, se recostaba en la cama. Su piel era casi totalmente blanca, sin embargo, poseía una extraña belleza, que sólo conocían el agua fría de la regadera y la cama del cuarto, de la que eran mudos testigos.
Dormía hasta el día siguiente, se levantaba, se ponía la bata rosa, que seria su única prenda durante los próximos tres meses, y volvía a sentarse ante el secretaire. Con una inmensa paciencia sacaba una hoja nueva, destapaba la pluma y, con una escritura perfecta en tinta morada, comenzaba a escribir sin parar más que para dormir ocho horas diarias.²

III

Entras a la galería y lo primero que llama tu atención es ese cuadro feo en tonos fríos que parece evocar un invierno en un asilo de ancianos. Nunca te ha gustado el arte moderno, así que recorres rápidamente la primera sala mientras que la segunda, tu preferida, se acerca poco a poco.
Abres la puerta y un aire que sólo tú conoces y que emana papel fotográfico se filtra por tu cuerpo causándote un placer irreal. Te detienes ante la primera fotografía, que conoces perfectamente, y buscas algún detalle que se te pudiera haber escapado.
Todo sigue ahí, la niñita juega con la bola de estambre mientras su madre teje despreocupada. Pasas a la segunda fotografía, quizás tu favorita, y saboreas el reencuentro. El perro ladra a su amo, que besa a una mujer bajo la lluvia. ³Es magnífica.², dices, y te sonrojas al darte cuenta de que hablas solo. Volteas a tu alrededor. No hay nadie. Respiras tranquilo y continúas contemplando la imagen, como tratando de grabarla para siempre en tu cabeza. Recorres la sala boquiabierto, encantado por los momentos de vida que pasan del papel a tus ojos.
Sorprendido, descubres que hay una fotografía nueva que rompe con tu metódico recorrido. ³No puede ser.², te dices, poseído por el miedo de que quizás pudo haberse escapado de ti esa imagen, después de años de visitar la galería domingo tras domingo. Te acercas tembloroso e incrustas tu mirada en la imagen. Un anciano está sentado a la mesa de un pequeño café. Ante él tiene un pequeño cuaderno en el cual escribe con un pequeño lápiz. Te robas todos los detalles y muerto de coraje descubres que no puedes ver lo que escribe. ¿Un cuento? ³Quizás.², piensas, y te invade un extraño deseo de transformarte en el lápiz y papel del anciano.

IV

¿Cuántos años habrán pasado? Por lo menos cincuenta; sólo recuerdo que era invierno y que no había parado de llover en varios meses. Me gustaba caminar por las calles, mojarme un poco y luego entrar al calor de algún bar, cualquier bar. Ese día había salido temprano del trabajo, no tenía muchas ganas de llegar a mi casa, así que emprendí una larga caminata bajo la lluvia. Hacía frío; las calles se encontraban completamente vacías y tan sólo algún solitario coche pasaba de vez en cuando.
También recuerdo lo que iba pensando aquél día; pensaba en lo difícil que era conquistar mujeres en aquella época, en lo inaccesibles que eran y en mis incontables intentos acompañados de sus respectivos fracasos.
El nivel de agua que había caído en mi cuerpo pasaba al grado de insoportable, una gota más y comenzaría a sentirme incómodo; era la hora de entrar en un bar. No tuve que buscarlo, me encontró al dar vuelta en una esquina.
Entré, sacudí el agua de mi saco y me dirigí hacia la barra Ante mis ojos apareció la mujer más bella que jamás había visto. Parecía estar sola, me dirigí hacia ella. Los dos lugares a su lado estaban vacíos, ella volteaba a su derecha así que me senté a su izquierda.
Empecé a sudar; nervioso, saqué un cigarrillo y lo encendí con la esperanza de que volteara a pedirme uno. No lo hizo. Pensé en cuál seria la táctica ideal para establecer contacto y dejarla impresionada, escogí la mejor y cuando estaba a punto de aplicarla llegó él y se sentó a su derecha. Sacó dos cigarrillos, los encendió, puso uno en la boca de ella y le sonrió, un tanto seductoramente.
-Continúa. -dijo la voz más bella que jamás había entrado por mis oídos.

V

³En fin, había terminado el verano y era hora de que saliera a la calle a respirar aire puro y caminara un poco para estirar sus músculos, atrofiados tras tres meses de encierro.
Se vistió, tomó unas cuantas hojas blancas, guardó su pluma en la bolsa y salió del cuarto. Cerró con llave, subió las estrechas escaleras que llevaban a la planta baja y abandonó el edificio que no vería hasta el próximo verano.
Las calles se encontraban vacías, eran las diez de la noche y los faroles iluminaban las copas amarillas de los árboles. Respiró hondo y elevó sus brazos hacia el cielo, que se dibujaba en un tono gris un tanto fascinante.
Continuó caminando hasta la primera estación de metro que se cruzó en su camino. Entró, analizó las correspondencias que tenía que hacer para llegar a su casa de los siguientes nueve meses, siguió los anuncios que la llevaban a la dirección que debía de tomar y llegó al andén. Estaba completamente vacío, lo cual la extrañó, pero se sintió feliz de no tener que encontrarse con nadie.
Después de varias correspondencias llegó a su destino final, salió de la estación y una pequeña hoja amarilla cayó sobre su cabeza. El otoño había comenzado y una felicidad intensa se adueñó de ella.
La entrada de su casa se dibujó ante sus ojos, algo había cambiado, pero no lograba distinguir qué era. Llegó a la puerta, sacó sus llaves e intento abrir; la cerradura no giraba. No podía ser; cercioró el número. Era el mismo de siempre.
Sorprendida y un tanto asustada, tocó el timbre, pensando en lo ridículo de su acción. Unos pasos llegaron hasta la entrada y se abrió la puerta.
-Entra, te estaba esperando.

VI

La voz del guardia te despierta de tu ensueño. ³Joven², su voz grave retumba en tus entrañas, ³está prohibido tocar las fotografías. Hágame el favor de abandonar la galería.²
Con los nervios alterados, sales de la galería. Necesitas una copa y buscas un bar. Llueve un poco y te cubres la cabeza con el saco. Comienzas a caminar maldiciendo a la lluvia.
Tu corazón late rápidamente. Necesitas tranquilizarte y en tu desesperación caes en todos los charcos que aparecen frente a ti. Por fin llegas a un bar, te acomodas el saco y entras.
Vas directamente a la barra y pides un whisky doble, el cual bebes de un sólo trago. El ritmo de tu corazón comienza a disminuir y tus pies comienzan a secarse. Piensas en la foto del anciano. ³¿Cómo pudo haber llegado ahí?², te preguntas y el cantinero voltea a verte conteniendo la risa. Le pides otro whisky y lo bebes lentamente.
Saltas de tu asiento al escuchar cómo se rompe una botella. Volteas para ver al individuo que cae secamente al suelo mientras un hilillo de sangre sale de su frente y comienza a formar un pequeño charco.
Un hombre enfundado en una gabardina negra recoge los pedazos de vidrio, pide disculpas al dueño del bar y sale a la calle. Rápidamente, pagas la bebida y sales en su búsqueda. El hombre ha desaparecido. Corres hasta la primera esquina y ves su silueta alejándose. Tratas de alcanzarlo pero desaparece nuevamente. ³Que extraño², te dices, y comienzas a caminar despacio pensando en la fotografía del viejo.

VII

El tipo paró de hablar. Yo estaba fascinado con la historia, sin embargo, aún pensaba en cómo cautivar a la mujer que estaba a mi lado, a pesar de que estuviera acompañada.
Se levantó; no podía creer lo que veían mis ojos. Era extremadamente bella. Sobre su espalda caía la cabellera más hermosa que jamás había visto. Llevaba una apretada blusa negra, que junto con unos también apretados pantalones de mezclilla y unas largas botas marrón, me mostraron la silueta más perfecta del mundo.
-Ahora vengo. -dijo con su fascinante voz que por segunda vez entraba por mis oídos y me hacia estremecerme.
Mis ojos la siguieron hasta que se perdió por la puerta del baño y fue entonces cuando el narrador del cuento se volteó hacia mí.
-Amigo mío-, me dijo con una sonrisa que tendría cualquiera después de estar con la mujer perfecta-, la vida está llena de sorpresas.
Levantó su bebida. Sin abrir la boca levanté la mía y chocamos nuestros vasos.
-Por primera vez en mi vida me piden que cuente un cuento-prosiguió-, entro a este bar, huyendo de la lluvia y de hacer cuentas y me encuentro con la mujer de mis sueños.
Dio un trago a su bebida y suspiró largamente ³¡Vaya tipo!², pensé, ³Cuentas...²
-Y me pide que le cuente un cuento- su voz me hizo saltar de mi asiento-, Y me lo pide ella.
Lo miré, levanté los hombros y di un largo trago a mi bebida. No podía creer lo que estaba pasando; entro al bar, veo a esta mujer que está con este tipo, yo quiero abordarla a ella y él me aborda a mí. ¡Qué si la vida tiene sorpresas!
-Yo hago cuentas, -continuó. -de todo tipo. Desde que nací es lo único que he hecho. Contar. ¿Por qué? No lo sé. ¿Cuándo nací? Tampoco lo sé, sólo sé que nací contando, seguramente en algún bar.
No podía creer lo que estaba escuchando. Su historia era completamente fantástica, al igual que su aspecto. Parecía un personaje de algún cuento de ciencia ficción. Enfundado en una gabardina negra, el pelo hacia atrás y unos extraños ojos cuyo color nunca pude descifrar.
De pronto, un tipo completamente mojado se paró ante nosotros, sacudió el agua que había sobre sus hombros, sacó un cigarrillo y nos pidió fuego. Saqué mi encendedor y entonces volvió ella.
-Continúe, -dije, y le encendí el cigarrillo al individuo que acababa de llegar.

VIII

³Sorprendida con lo que tenía ante sus ojos, entró a la que hasta ese momento siempre había creído ser su casa. Boquiabierta, se sentó en la sala.
-¿Creías que era tan fácil? -dijo una voz completamente familiar. -Con esas cosas no se juega. Todo tiene un orden, un lugar, un tiempo y un espacio. Escribir no es fácil. En el momento en que con tu pluma creas un personaje debes de tener mucho cuidado. Tu rompiste las reglas del juego.
La invadió un miedo que jamás había sentido en su vida. Se acurrucó en el sillón y llevó las manos a la cabeza.
-No te pongas así, ya es demasiado tarde. No tienes escape alguno, debes de someterte a lo que acabas de crear. Empezaste y ahora tienes que acabar. Todo principio tiene su final; encuéntralo.
Se mordió las uñas. No podía estarle pasando esto. Era imposible. Sintió unas ganas tremendas de irse a su refugio veraniego y no salir nunca, quemar todos sus papeles y morir de hambre. Total, ¿quién se iba a dar cuenta?
-No pienses en eso, ¿de qué serviría? De todas formas seguirás existiendo mientras yo lo haga. Toma.
Se vio a ella misma dándose una hoja de papel y una pluma. La abrió y con una escritura perfecta en tinta morada empezó a escribir. Las lágrimas que caían de sus ojos borraban cada palabra.²

IX

Después de caminar sin rumbo durante varias horas, acosado por la imagen del viejo que no puedes abandonar, decides meterte a un bar. Tu saco esta más que empapado y el frío hace estragos a tu cuerpo.
Abres la puerta y una ola de calor y de humo te hacen sentir la humedad de tu cuerpo. Te diriges a la barra y te detienes súbitamente al descubrir que ahí se encuentra el hombre que habías visto salir del bar anterior. A su derecha contemplas a la mujer más bella que jamás has visto, la cual parece cautivada por aquél individuo. A la derecha de éste, otro hombre parece igual de cautivado, no sabes si por la conversación del que está con la mujer o por la larga cabellera negra de ésta que cae sobre su espalda.
De pronto, ella se levanta. Su silueta te hace abrir los ojos y no puedes evitar seguirla hasta que se pierde por la puerta del baño. No crees lo que ves, una mujer perfecta, enfundada en unos apretados pantalones de mezclilla, calzada en unas largas botas marrón. Su larga cabellera negra se balancea sobre su espalda, cubierta por una apretada blusa del mismo color. 
Vuelves tu mirada hacia el hombre que habías tratado de alcanzar hace unas cuantas horas y ves como comienza a platicar con el hombre que tiene a su izquierda. Algo te llama a acercarte y establecer contacto, no sabes por qué.
Te quedas parado unos instantes, te aproximas hacia los dos hombres, sacudes el agua que tienes sobre tus hombros, sacas un cigarrillo y les pides fuego. En ese momento regresa la mujer, se sienta entre los dos hombres y el que tiene a su izquierda saca su encendedor, dirigiéndose al otro hombre le dice ³Continúe.² y te da fuego.
-Sorprendida con lo que tenía ante sus ojos, -comienza a decir el hombre que habías visto en el otro bar y te diriges al baño dando una gran bocanada a tu cigarro, ahora pensando en el viejo y en la mujer que acabas de ver, maldiciendo el no haber llegado antes que ellos.

X

El individuo me tenía cautivado con su historia, sin embargo, no podía pensar en cómo deshacerme de él para quedarme solo con la mujer que no hacía sino volverme loco. Escuchaba atenta a mi rival sin moverse, completamente absorta en el extraño cuento que salía sin parar de la boca de aquel tipo.

Encendí un cigarrillo y voltee hacia la entrada. El hombre que nos había pedido fuego tenía clavada la mirada en nosotros, o, más bien, en ella. Me sonrió y vi algo de familiar en su rostro. El pareció sentir lo mismo, ya que levantó su copa y brindó en el aire conmigo. ³Qué extraño², pensé, levanté de igual manera mi copa y le devolví el brindis y la sonrisa.
Regresé mi atención a la cabellera negra que tenía a mi derecha y escuché a mi contrincante viendo como brillaban sus ojos y como hablaba apasionadamente. ³Las lágrimas que caían de sus ojos borraban cada palabra.², acabó de decir, y ella se echó en sus brazos llorando.
-Vamos a mi casa, -dijo ella. -ven, te invito una copa.
No puedo explicar el coraje que sentí, ¿por qué él y no yo?, la vida me pareció de lo más injusta. Se levantaron y salieron del bar. No pude evitar seguirlos. Aún tenía cierta esperanza de que cambiaran los papeles y de que dentro de unos momentos sería yo el que pasaría una noche inolvidable.
Caminaban despacio; sus cuerpos se reflejaban en la acera mojada, ella colgada del brazo de él. Una respiración pesada que no era la mía me hizo voltear. El hombre al que le había dado fuego me seguía.
-Y usted, ¿qué quiere? -le dije con la peor de mis voces.
-Nada. -contestó. -¿Le gusta la fotografía?
-Vaya pregunta. Sí, sí me gusta.
Se aproximó a mí y yo no vi inconveniente alguno en que lo hiciera. Caminamos juntos siguiendo a la pareja. Los dos contemplábamos a la mujer que parecía hacernos sentir el mismo deseo.
-Es una belleza, -dije a mi acompañante, -nunca había visto a una mujer así.
-Yo tampoco. Dígame, ¿por qué los sigue?
-No lo sé, -mentí. -quizás por la misma razón que usted me seguía a mí.
-Quizás. Usted se me hace familiar, podría jurar que conozco a su padre.
-No tengo padre, -le dije, sorprendido. -él murió hace ya varios años.
El individuo se quedó callado y una gran duda se dibujó en sus ojos. En ese momento la pareja se detuvo ante la entrada de una casa. Ella trató de abrir la puerta, pero su llave parecía no girar. Tocó el timbre, se prendió la luz de la entrada y se abrió la puerta. Los dos nos quedamos boquiabiertos. Tres mujeres idénticas se miraban sorprendidas de arriba a abajo.


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