Cannes, 1954

por José Ramón Ruisánchez


Incubo: dícese del demonio que tiene comercio sexual con una mujer. Según la tradición popular, adoptaba la apariencia de un hombre. De sexo contrario al súcubo. Salvat, 1972

No puedo decir que los pasados cinco mil años hayan sido perfectos, ni siquiera agradables, pero mi expediente estuvo limpio durante más tiempo que el que un hombre con un cubo de arena y una pala de plástico se hubiese tardado en construir la pirámide de Keops.
En la época de mi degradación se me conoció como Milos Donicetti. Conforme el tiempo pasa, nuestra imagen progresa. He aparecido descrito, pondré algunos ejemplos, como un fermoso joven siempre fermoso y nunca más viejo (Crónicas de la Ciudad de Cómpluto), un libertino dandy dieciochesco (Nota al árbol genealógico de la familia Bourroughs), o como un artista joven a punto de debutar en Hollywood. (New Stars, marzo 1954).
Debo explicar la mecánica de nuestro trabajo: uno aparece en la población escogida, seduce al mayor número de mujeres posibles, hasta que la notoriedad le gana a uno unas vacaciones bien merecidas.
Así, cuando aquel sueco rojizo me empezó a perseguir por todo Cannes pidiéndome que firmara un contrato para su próxima película, intuí que era hora de partir. Sin embargo, no fue así, en mi mesita de noche del Hìtel Blanc no apareció el habitual pañuelo rojo, que ya para ese momento ansiaba. El pañuelo rojo, por supuesto, es nuestro boleto de salida del trabajo.
Yo estaba bastante mosqueado por sus invitaciones constantes a beber Veuve Cliquot en compañía de su esposa, quien había sido monja con las carmelitas descalzas y pesaba noventa kilos.
-Hilda -insistió a la quinta vez que la llamé Madame Lars.
Los íncubos somos diferentes en algunos aspectos a los seres humanos. Por ejemplo: para nosotros copular es un trabajo, el cual cumplimos con incomparable maestría, aunque no lo disfrutemos. Por otro lado, nuestras papilas gustativas están acostumbradas a recibir plomo hirviendo y azufre, por lo que la mayor parte de la comida terrena nos resulta un poco insulsa y en algunos casos, como en el Veuve Cliquot 1922, francamente intolerable. Otro detalle: originalmente no teníamos sentido de la estética. Sin embargo algunos compañeros empezaron a sufrirlo desde el siglo doce. Creí que eran simples rumores pagados por el sindicato. Pero estando en Francia, durante los años veinte del presente siglo, al encontrarme frente a una catadora de chocolates finos devorada por la pasión, sentí que mis lustrosos bigotes negros se me erizaban y tuve el impulso casi irresistible de huir. Por primera vez sentí asco. Desde entonces, las vacaciones las había aprovechado más que nada para prepararme psicológicamente para las siguientes temporadas de trabajo.
Notando esto, el Jefe me destinó a la Costa Azul, donde, aunque mi paladar tenía que sufrir una superabundancia de champaña, la clientela era amable y bastante bella. Es claro que cuando uno se ha tirado a setecientas mujeres en menos de cuatro meses, aún siendo un íncubo de posgrado como yo, se sienta algo aturdido. La sola idea de que la número 701 fuese esa Hilda que se la pasaba diciendo obscenidades en la mesa al estilo de ³bendito sea Dios² era difícil de sobrellevar.
-Déjame intentarlo a mí -dijo Hilda a su esposo en sueco, cuando éste ya empezaba a preocuparse por el poco tiempo que le quedaba antes del rodaje.
Así, Milos Donicetti quedó justo en la situación que debía propiciar. Odié y maldije al esteticismo antes de disparar una de mis mejores sonrisas y escupir esta sugerencia:
-¿Por qué no lo discutimos en su habitación, Hilda?
En este trabajo se ven muchas cosas, y una vez en el Africa Ecuatorial me tocó presenciar como moría, bajo el ataque de un cocodrilo, un hipopótamo hembra.
-Me encantas Milos, y sé que te atraigo.
En otra ocasión, presencié un sacrificio humano y un banquete ritual -consistente en los restos del sacrificado- en el México precortesiano.
-Quítese la ropa, Hilda.
Una vez estuve a punto de ser quemado por los calvinistas de Ginebra.
-Qué impulsivo eres Milos. Por cierto, por qué no me tuteas.
Pero no pude, simplemente no pude.
Usted seguramente habrá sufrido o sufrirá de impotencia, pero esto es inconcebible en un íncubo. Además, nosotros nunca nos jubilamos.
-Oh, Milos, no te preocupes, a todos les sucede. Qué te parece si pedimos un poco de champaña para que te animes.
Traté de pensar en unas vacaciones cercanas, sin papillas insulsas, sin mujeres.
-Hilda, la verdad es que voy a tomar los hábitos sacerdotales y quizá sería mejor olvidarlo todo.
Según el Jour de algunos días después, el prometedor galán italiano Milos Donicetti huyó a la Tierra del Fuego, ante ³la irresistible pasión que por mí sentía.² El articulista intercaló hábilmente las líneas de Hilda, mis fotos y las de ella, logrando un efecto plenamente grotesco.
Y sin embargo fue la primera cruz en mis papeles.
Ahora, treinta años después, justo al final de mis vacaciones, el Jefe me dijo que voy a ser transferido a una tercera categoría de demonios sexuales: los tránscubos.

Tránscubos: nuevos demonios nombrados por el pastor John G. de la primera comunidad bautista gay de San Francisco. Se supone que cumplen la misma función que los súcubos o los íncubos, sólo que con los miembros de la comunidad homosexual. Rolling Stone, julio 1984


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