Cuento

por Luis Vásquez


¡Qué bueno que llamaste, Libertad! ¿Oir tu voz siempre me da fuerza! Ya estaba asustándome pensando que no ibas a hablar. Aunque, no creas, ¿eh? ahora la pienso dos veces antes de actuar así. Ya ves cómo se ponen estos pendejos con nosotros cuando no podemos controlarnos.

-...!

-Lo sé, lo sé. No te aflijas, total, la mayoría de las veces que sucede, simplemente concilio el sueño, después de un ligero enojo, claro, y me quedo dormido hasta que tu llamada me despierta.

-...?

-¡No, hombre, cómo crees! ¡Si no soy pendejo! ¡No me lo van a quitar! ¡Es una pinche maravilla este aparato; nadie lo escucha cuando llamas!

-...!

-¡Ah! ¡Qué terquedad la tuya, chingao! Además, ellos no lo saben, pero ya me percaté de lo que están tramando: Están en complot para quitármelo si alguna vez lo oyen. Me lo quieren quitar los hijos de puta porque saben que es mi única felicidad, el único medio que tengo para acercarme a ti.

-...

-Sí, mi amor, pero no es lo mismo. Necesito oir tu voz diario, de lo contrario, me siento pudriéndome aquí solo.

-...?

-No, no me dicen nada. Pero yo sé que les molesta verme tranquilo. Sobre todo cuando estamos hablando sin que se den cuenta. ¿Recuerdas lo que te dije la última vez que nos dejaron vernos?

-...

-¿Cómo es posible que lo hayas olvidado, mi amor? Acuérdate, te dije que a la gente no le gusta ver que uno sea feliz. Le molesta. Le confunde. La saca de contexto. Quizás sea envidia o posiblemente se deba a la incapacidad, a la falta de experiencia que tienen para convivir con alguien que está tranquilo y satisfecho consigo mismo. Tú lo sabes, Libertad, la humanidad se asusta cuando no estamos estresados. Se siente en territorio desconocido cuando está en paz y feliz. Esta tranquilidad los confunde, los angustia. Te digo, el hombre se siente fuera de contexto. En el preciso momento, cuando se siente noble y sereno, se abruma con saberlo. Y esto le sucede porque, en ese instante de reflexión lo abraza un sentimiento de culpa intolerable, semejante al que se sufre cuando se comete algo negativo premeditadamente.

-...?

-Sí, claro. Estoy de acuerdo, no se descubre en felicidad total. Lo que sucede es que, periódicamente, dentro de lo vacío, superficial y monótono de su vida cotidiana, el hombre se sorprende en etapas en las que no está compulsado, ni afligido, ni preocupado. Y es ahí, precisamente en este estado de lucidez plena, donde no sabe cómo comportarse, cómo reaccionar. Tú me entiendes, en vez de meditar en actitud contemplativa, se cohibe ante la complejidad de lo sencillo y, fracasando en buscar la sencillez de lo complejo, se regresa al plano ordinario.

-...!

-No, jamás he sentido eso. Ni siquiera ahora que me encuentro en esta situación. Yo no siento vértigo ni angustia si me siento feliz, al contrario, me destroza hasta las entrañas la incertidumbre. El ver que mi vida la orquesten terceros sin que yo pueda hacer algo al respecto. ¡Y me chinga la madre estar así, Libertad!

-...

-¡No, no! Si no estoy alterado ¡Comprende, coño! ¡Lo que quiero es que nos dejen estar juntos! ¡Más bien, quiero que nos dejen en paz! ¡Hijos de la chingada! ¡¿Pues quién creen que son?! ¡¿Dios?!

-...?

-No lo sé, Libertad. Posiblemente nos estén ayudando y no me percato de ello así, a corto plazo. Lo que quiero es que me dejen vivir solo, contigo y nuestro albedrío sin ataduras.

-...!

-No entiendo de que te ríes. Estoy hablando totalmente en serio. Son conceptos que jamás podré hacerlos parte de mi vida si no logro... logramos salir de esto. La otra ocasión también te reíste cuando te dije que deberíamos preocuparnos en ocuparnos en vez de ocuparnos en preocuparnos. Pero es importante que reflexionemos sobre este punto. No podemos perder la esperanza. ¡Carajo! Ni que hubiéramos cometido un crimen. ¿Recuerdas las carcajadotas que dabas cuando les grité eso? ¡Mi amor! ¡Por eso te amo! Tienes más pantalones que yo y sin hacer alarde de ello. Además, yo sé que en la intimidad reflexionas sobre esta situación y no te causa risa... lloras. Lloramos juntos... Ten paciencia. Sé que el no saber si nos podremos encontrar otra vez te mortifica. Pero te pido que tengas fe. Que no pierdas la esperanza. Te lo pido por los dos. Necesito de tu fuerza.

-...?

-¡Claro que no! Tú tampoco, ¿verdad? Si eso es lo único que me mantiene vivo. Lo que me motiva a levantarme todas las mañanas. Ni te lo debería de preguntar. Jamás me dejarás.

-¡A ver, cabrón! ¡Deja ya ese pinche juguetito! ¡¿Dónde coños está el guardia?! ¡Enfermeras! ¡Les pedí desde hace tres meses que le quitaran esa pendejada a este muchacho! ¡Ya no se le puede ni dar de comer separado de esa cosa!

-No se enoje, doctor. Yo estoy más al cuidado de ellos de lo que se imagina.

-¡¿Entonces, por qué nunca está en su sitio de trabajo cuando vengo?!

-Mire, es todo lo que le queda a ese pobre joven. Sus familiares ya ni vienen.

-¡No le voy a dar explicaciones a usted, es la última vez que quiero ver ese teléfono de juguete en este edificio!

-Mi amor ya tengo que colgar. Otra vez este pinche doctor se me está quedando viendo feo. Sí, te dije, ¿verdad, amor? A la gente no le gusta ver...


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